José Angel Bergua
La Sociedad se proyecta y construye desde el Estado a través de la Política. Desde ese vértice trascendental se ordena y jerarquiza la actividad social produciendo un orden rígido y sólido que busca la estabilidad y tiende a fosilizarse. Está compuesto por sociabilidades elaboradas que tienen un fuerte componente racional y contractual. El ámbito en el que mejor se desenvuelven es el de la Economía, pero se encuentran en cualquier parte la Sociedad. La reflexión sobre ese orden la efectúa la Ciencia social clásica con conceptos igualmente rígidos y sólidos. Entre la Política y la Ciencia se establecen relaciones de mutua complementariedad de las que resultará un fortalecimiento del orden y una capacidad creciente para prever, planear y controlar el cambio.
Además de la actividad colectiva contenida por la Sociedad hay un amplio abanico de socialidades impulsadas por las gentes. Están compuestas por sociabilidades primarias, de carácter estético y afectivo, que encuentran su ámbito preferido en la fiesta pero que también circulan por los intersticios de la Sociedades o fuera de ellas y tienden a disolver su hegemonía. Sólo pueden ser parcialmente reflexionadas por las Ciencias sociales no clásicas. En tanto que analizadores naturales, las distintas socialidades activan saberes prácticos imposibles de desgajar de la existencia y por ello incomprensibles para saberes abstractos como los científicos. Sin embargo, sectores nómadas de dichas ciencias son más capaces de comprender las lógicas de las socialidades utilizando conceptos que aparentan remitir a la lógica de los fluidos. Ese saber se está incorporando al registro de las Ciencias y eventualmente sirve a la Sociedad para apuntalar más firmemente su orden. Los investigadores que trabajan en esta dirección suelen actuar, además de por mera curiosidad científica, por motivos que en la Sociedad se denominan “altruistas”, ya que pretenden recuperar, visibilizar o institucionalizar sociabilidades, liberar existencias oprimidas o dar a conocer aspectos de la vida cotidiana escasamente atendidos. Sea cual sea el valor que inspira este espionaje, lo cierto es que produce un saber que no es el de las gentes y que tampoco se hace para ellas.
La fluidez de las socialidades es la que más y mejor, con menos violencia y acrobacias se adapta al humus de lo social, el socius. Si hacemos caso a la moral y sociología de Lucrecio, lo real es un continuo devenir de átomos que casualmente se cruzan y entrelazan formando improbables estabilidades que, más tarde o más temprano, están destinadas a retornar al caos de origen. Sobre ese “flujo laminar” los cruces y entrelazamientos de átomos han dado lugar a la fisis, sobre ella al bios y posteriormente al socius. Una ley de ese flujo laminar, el segundo principio de la termodinámica, indica que para mantener cada estrato su orden y estabilidad necesita intercambiar neguentropía por entropía con el medio. Esa misma ley asegura que cuanto más exigente sea el orden de cada estrato, cuanto más se desvíe del flujo, cuanto mayor sea su declinación, más desorden en los estratos inferiores provocará, así que más precario e inestable hará su propio orden, por lo que más aumentarán las probabilidades de que se destruya y retorne al caos, así que menos duradera será su existencia.
El socius tiene su frontera o límite ontológico en lo natural, que debe entenderse como un espacio liso en el que no hay código que regule los dos flujos laminares más importante que el humano hereda del animal: la agresividad y la sexualidad. El tabú del incesto y el contrato social son las fronteras que separan lo social de lo natural y permiten dar lugar a las primeras sociabilidades. En ese primer momento de la declinación se tiene bien presente, a través de la experiencia de lo sagrado, la inmediatez y presencia de lo natural. Sin embargo, desde esas sociabilidades primarias se efectuará una nueva derivación que dará lugar a sociabilidades elaboradas en las que el carácter contractual de las relaciones se espesará, lo que promoverá la solidificación del orden. Desde la revolución neolítica, esta Sociedad ha ido haciéndose cada vez más compleja y su orden se ha hecho más exigente, de modo que su precariedad ha aumentado y el riesgo de derrumbe sobre el flujo laminar se ha incrementado también considerablemente. Con cada exigencia suplementaria de orden, esta Sociedad cada vez más trascendente necesita explotar y agotar más su sociabilidad primaria y su bios, los estratos inferiores sobre los que se apoya. Y cuanto más se perfecciona el orden más se esquilman los humus social y vital, así que más aumenta el riesgo de derrumbe. Es posible incluso aventurar un momento extremo en el que un orden infinitamente exigente se desplome sobre el vacío.
Sin embargo, esa distopía desprecia la enorme potencia de los estratos sobre los que se asienta la Sociedad. Los restos de ese orden, así como lo reprimido, siempre retornan activa y reactivamente convirtiéndose en la memoria permanente de lo real, algo que el orden experimenta angustiosamente. Esas anamnesis del bios y del socius son cada vez más abundantes y están comenzando a erosionar y disolver la conciencia moderna y occidental de la Sociedad.
En relación al bios comenzamos a darnos cuenta de que el orden de la Sociedad, obtenido a costa de la Naturaleza, especialmente desde la revolución industrial, tiende a volverse contra nosotros. Más aún, si hacemos caso a cierta biología, parece que el sueño moderno de dominar la naturaleza tiende a desvanecerse pues percibimos cada vez con mayor claridad algo conocido de sobras fuera de la modernidad. No sólo que su control escapa a nuestras manos, sino que circunstancialmente y en una parte muy breve de su existencia hemos formado parte de su autorregulación, pero que cuando ella decida variar sus parámetros vitales para corregir su fiebre (para nosotros “efecto invernadero”), su anozonemia (“defecto de ozono), su metanogenemia (“exceso de metano”), su indigestión ácida, etc., probablemente seremos expulsados de su superficie. El proteccionismo y el ambientalismo, aun funcionalmente útiles para permitirnos seguir siendo aceptados por nuestra anfitriona, en realidad no son sino nuevos delirios de la voluntad de dominio moderna. El ecologismo profundo que, para huir del antropocentrismo, quiere pensar como las montañas, es tan inocente como un hipotético antropólogo, afortunadamente inexistente, que quisiera pensar como los otros para así conocerlos mejor. Más que inocente es doblemente antropocéntrico.
Respecto al socius, más exactamente las sociabilidades primarias, podría decirse algo parecido. Varias de ellas son las que contemporáneamente emergen amenazando con disolver este orden de la modernidad, el que con más exigencia que ningún otro ha pretendido exorbitarse de su base. Una de ellas es la jovialidad, encarnada principal pero no exclusivamente en los jóvenes. Se opone a la madurez y responsabilidad de la que alardea un orden social en el que tienden a sentirse más cómodos, aunque no todos ni del todo, los adultos. Antaño la jovialidad fue domesticada y canalizada por la Sociedad para renovar su orden, pero hoy es cada vez más fluida e inasible debido a que los jóvenes, sus principales portadores, son incorporados con mayor dificultad y retraso. En esa espera la jovialidad ha sido entretenida y seducida con la industria de la diversión y en ese contacto se ha producido la explosión del hedonismo, algo que socava los pilares de la modernidad. Esto ha sido percibido por las más altas esferas de la Sociedad en términos de desorden y evaluado como riesgo.
Aunque esta desterritorialización de la jovialidad se efectúa espontáneamente y no tiene, por tanto, conciencia ni control moral o político sobre el cambio que está protagonizando, de modo que no vale como sujeto (los jóvenes) o potencia social (la jovialidad) en el que depositar nuevas esperanzas utópicas, muestra el magma emotivo y estético en el que se funda toda sociabilidad, incluso la racional y la contractual. Más aún, nos muestra, como en el caso de Gaia, que la articulación de lo social en Técnica, Política, Economía y Religión, que tan evidente nos parece, no es sino un modo de institución de lo social particular a una serie de Sociedades, entre las cuales se encuentra la. Y quizá también aquí sea posible entender que la Sociedad moderna será aniquilada por el socius (no hay deidades que hablen de ello como Gaia lo hace del bios) si llega a amenazar su homeostasis. En efecto, se ha autoorganizado del modo que conocemos a través de las Ciencias Sociales, pero la Modernidad, que ha formado circunstancialmente parte de su proyecto, ha exagerado tanto ciertas sociabilidades (las que alimentan a la Política, el plan disciplinario, el racionalismo, la paz social, la autonomía de los objetos, etc.) que probablemente está forzando la alteración de las condiciones del clinamen original y, por ello, provocando el paso a un nuevo tipo de autoorganización de lo social
Del mismo modo que, según Heidegger, la historia del ser coincide con su olvido, así la historia de la Sociedad es la historia del olvido del socius. Y si cuanto más se aleja uno del alba del pensar occidental, de la alezeia o verdad que presenciaron los griegos, tanto más cae ésta en el olvido y tanto más inequívocamente emerge el saber, la conciencia, y se retira el ser, así el alejamiento de clinamen que dio lugar al socius lleva al olvido de lo que son e importan las gentes, lo que ha provocado que la Sociedad se considere autosuficiente a través de la Política. Si el olvido del ser nace en Grecia desactivando su presencia a través de una filosofía que se transformó en simple metafísica, el olvido de las gentes se produce desde la Revolución Francesa, pues su presencia bulliciosa y revolucionaria en las calles fue desactivada por la Democracia. Y del mismo modo que la retirada del ser permanece oculta, así también la retirada de las gentes es ocultada por el paradójico procedimiento de apelar de un modo vacío y fugaz a ellas. Si la palabra “es”, igual de fugaz y vacía, no ha desaparecido todavía se debe a que el hombre perdería esa esencia suya que ya ha olvidado. De hecho, dice Heidegger que “si se le sustrajera la posibilidad de decirla, ninguna catástrofe en el planeta sería comparable a ese acontecimiento”. Por la misma razón, los términos que designan a las gentes, aun dichos sin pensar, continúan funcionando porque, si desaparecieran, al momento la propia Política se derrumbaría.
Pero dice también Heidegger que el retirarse del ser como alezeia o verdad da paso a la transformación del ser. Por ejemplo, como “acaecimiento apropiador”. Añade que este otro modo del ser no puede ser demostrado sino experimentado, por lo que nada puede hacer la filosofía (ni la ciencia) con ello. Del mismo modo, la retirada de las gentes de la Democracia da paso a una transformación del socius. En este caso, la que expresa la creatividad según la hemos tratado más atrás y según la exige el mundo centáurico contemporáneo. Sin saberlo del todo, los jóvenes del 15M están más cerca de esta transformación que de la salvación de la Política y, con ella, de la Sociedad que tenemos. Y es que ambas están destinadas a derrumbarse.
Hace presentir ese derrumbe la actual autopresentación de la gente en tanto que heterogeneidad y devenir radicales en múltiples ámbitos, todos ellos fuera del orden instituido o en sus intersticios. Aunque es más apropiado decir que hemos descubierto a una gente que siempre había estado ahí porque ciertas élites han empezado a mirar lo social de otro modo. Menos pendientes de las jerarquías, menos atentas a las estabilidades y menos obsesionadas con los puntos fijos exógenos.
Dicho de otra manera, si lo social se hace a la vez y al mismo tiempo que se piensa, lo que ha fallado ha sido el modo elitista de hacer y pensar lo social que ha dado lugar a la Sociedad. En ese modo la Política hacía o actuaba inspirándose en ideologías y las Ciencias Sociales conocían o investigaban inspirándose en teorías. La coherencia estaba garantizada porque las ideologías y las teorías eran dos caras de una misma moneda, fragmentos culturales de doble uso. Esto valía tanto para las que habían logrado incorporarse al control de la trama institucional como para las que estaban a la espera de poder hacerlo e introducir cambios de distinto alcance. Aunque las primeras fueran conversas y las segundas se vieran obligadas a mostrarse críticas, ambas tenían en común el tener un carácter elitista.
El derrumbe de los metarrelatos teórico-ideológicos ha hecho que ciertos científicos vieran de otro modo y reconocieran que no saben. En el campo de la política ha sucedido algo similar con los activistas de los movimientos sociales. Esos vacíos de Política y de Ciencia son los mejores modos de reconocer, desde el punto de vista de las élites, la autopresentación de la gente. De todas formas este cambio no ha llegado ni puede llegar al Estado, vértice absoluto en torno al que gravita la Sociedad, pues tiene una necesidad ontológica de control y conocimiento absolutos.
Los científicos y políticos que todavía se desenvuelven entre jerarquías, estabilidades y puntos fijos exógenos, tienen el grave problema de que, tras la crisis de los metarrelatos, carecen de combustible ideológico y teórico para que la Sociedad progrese, crezca y se desarrolle. Su acción y su pensamiento son inútiles pues no logran hacer ni dar a conocer nada. De hecho los términos “progreso”, crecimiento” y “desarrollo”, compartidos casi unánimemente por todo el espectro de políticos y científicos institucionales, no tienen ya ningún sentido. Lo tuvieron con los viejos metarrelatos, cuando eran creíbles y el deseo de las gentes cargó en ellos insuflándoles vida. Tras la retirada de las gentes y también tras su progresivo aggiornamiento, los metarrelatos ya no significan nada y el discurso político se ha vuelto demagógico. El problema de las élites clásicas es que unas veces dan la impresión de no saberlo, lo que los convierte en ignorantes, y otras siguen usando los viejos metarrelatos aun sabiendo que ya no sirven, lo que los convierte en cínicos.
El mundo de las élites no clásicas es muy distinto porque se ve vacío. Esa vacuidad tiene que ver con la autopresentación de las gentes. A través de ellas lo social se hace a la vez y al mismo tiempo que se piensa de un modo anárquico, metaestable y emergentista. La autopresentación no encaja en las categorías bueno/malo progresista/reaccionario, etc., tan al gusto del orden instituido, pues precede y excede a la Moral y a la Política, por lo que exige reflexiones amorales e impolíticas. El caso es que, antes, tales vacíos no se veían porque los metarrelatos velaban esta realidad y, a la vez, seducían a las gentes a través de la Política para incorporarlas al orden ya instituido o al que estaba por venir y le ofrecían explicaciones a través de la Ciencia acerca de su necesidad. Desaparecidos los metarrelatos, la Política ya no seduce y la Ciencia ha dejado de convencer. Esto ha hecho desaparecer el velo, ha permitido que el vacío se vea y, en consecuencia, ha obligado a las élites a reconocer su finitud y convertirse en no clásicas. Son ignorantes, como las élites clásicas, pero de un modo positivo. Saben que no saben. En coherencia con esto, algunas de ellas incluso se plantean su desvanecimiento profesional. Por supuesto, también están las que con lo aprendido vuelven al orden y contribuyen a apuntalarlo más firmemente. Más interesantes son las élites no clásicas que han pasado a flirtear con el modo como los brujos están en el mundo.
Nosotros, los brujos, vemos lo social en términos que cualquier ciencia calificaría de borrosos. No hay cosas claras y distintas sino un mar de hibridaciones, mezclas y mestizajes en permanente movimiento. Eso es la gente. Para estar en dicho mundo no usamos un saber separado del hacer sino que los unimos en un saber-hacer, tal como ocurre entre la gente pero de otro modo. Tampoco usamos el logos, caracterizado por establecer distinciones y jerarquizar las partes distinguidas, sino la analogía, para la que todo está interconectado con todo, por lo que el tiempo y el espacio, como es obvio, no existen y la distinción vida/muerte no tiene ningún sentido. Del mismo modo, no somos partidarios de la Política, caracterizada por monopolizar el uso de la violencia y usar ese poder para distinguir entre amigos y enemigos, sino de la magia, que actúa de un modo mucho más blando, incorporándose a los flujos de simpatía e hibridación de las cosas. Las identidades que así aparecen resultan de conjunciones siempre inestables. En este sentido, los licántropos, vampiros, cyborgs, etc. son mejores ejemplos de identidad que los hombres, niños, homosexuales, franceses, ingenieros, etc. Nosotros, los brujos, sabemos encabalgarnos a los flujos de devenir y somos capaces de ser cualquier cosa.
Para nuestro saber-hacer no valen ni el conocer en abstracto ni el hacer que mejor le va a las mentalidades abstractas, el que está predeterminado por instrucciones y protocolos. Nuestro saber-hacer es abierto y creativo, por lo que tiene un carácter artístico. Es también un saber-hacer que emerge de la permanente experimentación del mundo, por lo que es indeterminado. De ahí que la magia sea tanto más operativa cuantos menos fines e intenciones se depositan en ella. Y es que, si bien es cierto que admite algo de manipulación, más allá de cierto umbral, ya no es controlable sino que se libera. Ella sola. Y el mago sólo puede abandonarse y cultivar el abandono.
La magia tampoco tiene que ver con el hacer violento de la política, que necesita crear enemigos y que, de este modo, genera saberes prejuiciados, desconfiados y estigmatizadores que empobrecen el mundo. Al contrario, el saber-hacer de nuestra magia, puesto que parte de la religancia de todo, tiene un carácter erótico y fecundo. Se cultiva tratando con Eros. De ese trato resulta la espera ciega y el dudar a tientas.
Los magos y brujos sabemos que el mundo es las gentes. Pero no las gentes congregadas en torno al don o principio de reciprocidad, que para los científicos, clásicos o no, forma la materia prima de lo social. Para nosotros, el mundo pertenece a algo más elemental que hay en el gentío: lo Común, el “con” del ser-uno-con-otro. Esa ausencia de don implica la falta de las posiciones de acreedor y deudor, tanto de bienes materiales como espirituales, así que la magia exige el sacrificio del consuelo, tanto del que se da como del que se recibe. Aceptado esto, caen por sí solas, entre otras, la distinción bondad/maldad que argumenta la Ética o el par progresista/reaccionario que trabaja la Izquierda en el ámbito de la Política. Pero también desaparecen las distinciones sujeto/objeto, social/natural, humano/divino, etc. Así es como nos hemos convertido en los guardianes de un paganismo primordial afincado en lo indistinto. Esto nos lleva a sentir el frío, la pesadez y la oscuridad de la misteriosa fuerza creadora que hay en la gente que habitamos y que contiene todos los mundos, los anteriores y los futuros.
Como el mundo es las gentes, nuestro saber-hacer siempre surge de ellas y vuelve a ellas. Nuestra creatividad es pues efímera. Todo termina disolviéndose en el heterogéneo y dinámico mar de mezclas, hibridaciones y mestizajes que constituye Todo. Por eso, los mejores magos y brujos son los que hibernan en la gente y apenas salen de ahí para intervenir. Moran en una oscuridad que ya apenas consuela y de la que apenas se espera algo. Los que han alcanzado la perfección van más lejos. Se desvanecen.
Más allá de los magos y brujos, en las gentes, al final sucede algo tan simple e incomprensible como que yo nos amo y nosotros me amamos. Este amor es el del Eros primordial, anterior a la creación de todos los mundos. Alcanzar la verdad de ese amor y del extraño vínculo yo-nosotros exige un largo y penoso viaje.
Para iniciarlo es necesario que el gentío emerja de las profundidades y salga al encuentro -para hablarle- de un yo que se siente incómodo, expectante y necesitado de cambio. Si no hay tales sensaciones, el encuentro no tiene sentido. Si las hay, el yo comprenderá inmediatamente que ni él ni su Sociedad tienen una correcta valoración de esas gentes que se le aparecen como nada vacía. El gentío dirá al yo y a los conglomerados de los que forma parte, como el Pueblo o la Ciudadanía, que son deshonestos con su heterogénea multiplicidad constitutiva, además de orgullosos y falsamente humildes, cobardes y engañosamente valientes, así como pesimistas y equivocadamente optimistas. Por eso prometerá hacerles sufrir, dejarlos en carne viva. El yo y la Ciudadanía, incómodos, expectantes y necesitados de cambios, aceptarán esa llamada y asumirán el desafío no cediendo ni resistiendo. Es decir, venciendo sus fantasías, entre las cuales se encuentran las económicas y las políticas. Esa Democracia que siempre está por venir es una de ellas.
Rodeados de muchedumbres que hablan con diez mil clases de tonos y en diez mil lenguas diferentes, el yo y el Pueblo o Ciudadanía, sentirán poco a poco que alivian al mundo a medida que se quitan importancia. Entonces comenzará a disolverse la Ciencia a la que se ataron desde muy temprano. Primero la Ciencia clásica, que se disipará frunciendo el ceño y maldiciendo al yo y a la Ciudadanía por su traición. Luego se desvanecerá esa Ciencia no clásica que, sin ellos saberlo, les preparó por primera vez, hace ya mucho tiempo, para este terrible encuentro. La verán alejarse con cierta cara de sorpresa, pero también insinuando una leve y apenas imperceptible sonrisa.
Después, el yo y su Ciudadanía se sentirán rodeados de una impenetrable oscuridad tras la que adivinarán multitudes de diez mil colores. Al principio olerán miedo, pero les tranquilizará descubrir a su lado la presencia de la magia. Sin embargo, también ella, el último compañero de viaje, se esfumará. Lo hará por el Este, bailando alegre, rodeada de daimones y celebrando el momento. Entonces, yo y Ciudadanía se sentirán solos y tendrán frío… porque estarán muertos.
Poco a poco, comenzarán a ver sombras de otros muertos. Primero, las de las comunidades ya desaparecidas. Después, las de aquéllas cuya existencia fue incompleta. Finalmente, las sombras de las comunidades que nunca llegaron a ser. Todas esas sombras se acercarán a vosotros, Ciudadanía y yo, engañadas, buscando ese cuerpo que ahora no tenéis. Vosotros iréis a ellas, de verdad, persiguiendo la totalidad que sólo ahora comenzáis a presentir. Os preguntarán, inocentes, por distintas clases de dioses y reyes. Querrán saber si es verdad que existen. Les responderéis que no. Luego, menos inocentes, querrán saber si en su lugar hay Satanes y turbas asesinas. Les diréis que tampoco. Añadiréis que ambas cosas, los dioses y satanes, los reyes y las turbas asesinas, son dos versiones de una misma y muy reducida concepción del mundo. Asimismo les informaréis de que el Todo es una multiplicidad de multiplicidades que trasciende esos y todos los binarismos. Finalmente, les haréis ver que ellos también forman parte de la totalidad. Después haréis una fiesta.
Ahora tú eres vosotros, nosotros y ellos, a la vez que vosotros sois tú, yo y él. Aquí él es ellos, nosotros y vosotros, al mismo tiempo que ellos son él, yo y tú. Pero, sobre todo, a la vez y al mismo tiempo, nosotros soy yo y yo somos nosotros. Por la misma razón, como decía la Tabla esmeralda, “lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo, para hacer los milagros de esa cosa única que es el Todo. Y así como todas las cosas han sido y vinieron del Todo y por mediación del Todo, así todas las cosas nacieron de Todo por adaptación”.