VOLUPTUOSIDADES

José Angel Bergua

 

Si en una economía preindustrial o artesanal, cualquier bien, natural o artificial, es inseparable de un uso que está sancionado por la tradición, dentro de una economía industrial lo importante es producir y lo que resulta de ese irrefrenable impulso ya no son bienes o servicios, que vinculan una necesidad con un uso, sino simulacros, caracterizados por la ausencia de ese vínculo y, en consecuencia, por su inutilidad. Dicho de otro modo, la economía material tiene un carácter voluptuoso.

Una fuente de inspiración para acercarse a la voluptuosidad económica y comprenderla podría ser la lógica pulsional. En efecto, frente a una sexualidad orientada según su valor de uso (la procreación a la que da lugar), hay también una actividad deseante que hace del sexo una actividad más bien lúdica y que incluso crea sus propias utilidades o fantasmas. Estos simulacros de la economía pulsional son equivalentes a los objetos y servicios que procura la economía material porque, en ambos casos, estamos ante el producto de una voluptuosidad que nada tiene que ver con el ascetismo de las necesidades.

El puritanismo sexual y la economía académica son ambos discursos encargados de reducir e incluso estrangular la voluptosidad. Sin embargo, se diferencian en que, mientras el puritanismo es absolutamente coherente y reduce la producción y el consumo de sexo a la escala de la utilidad procreadora, la economía académica entiende que la producción siempre debe crecer, se supone que independientemente de las necesidades. Entonces, el problema de la economía académica viene dado por la contradicción entre una producción irremediablemente voluptuosa y un consumo que se supone y define como puritano.  La solución no ha venido dada por usar como referencia la producción voluptuosa y legitimar, en base a ella, un consumo igualmente excesivo. Esto, a pesar de que los actores concretos consumen así y, a pesar también, de que ese consumo excesivo está relacionado con prácticas, como la fiesta, tan antiguas como la presencia del hombre sobre el planeta e instrumento para la producción de sociabilidad y la renovación de los vínculos con la naturaleza y los dioses. Por el contrario, la teoría económica, contrariando estos hábitos que el consumidor contemporáneo encarna, tiene un carácter igual de moralizante que el puritanismo en el ámbito de las pulsiones y por eso habla de necesidades y de escasez. No sólo eso. Desde ese puritanismo económico incluso se está impulsando un acuerdo entre producción y consumo de la mano de los teóricos del decrecimiento, que se han tomado muy en serio el carácter finito de las necesidades y han llegado a la consecuencia lógica de hacer que la producción sea también finita.

Otra solución es tomarse en serio el carácter voluptuoso, tanto de la producción como del consumo. Para transitar esa senda es necesario abandonar del todo la teoría económica, sea cual sea su clase, e inspirarse en la teoría pulsional. En ésta, por ejemplo, el consumo (demanda) y la producción (oferta) no pueden ser distinguidos, pues son posiciones que cualquier sujeto ocupa permanentemente. En el ámbito de la economía sólo podemos disolver los dos polos yendo más allá de los actores concretos (individuos, empresas, consumidores, empleadores, empleados, etc.) y poniendo en un primer plano el conjunto de lo social, formado ahora por flujos de producción-consumo con intensidades variables de ambas cualidades. Pero en este escenario, cada sujeto no sólo sería productor-consumidor. También estaría ocupado por cantidades e intensidades variables de trabajo, capital, tierra, conocimiento, etc.

Este punto de vista también nos obligaría a repensar la desigualdad. Ya no tendría que ver con las clases o los individuos sino con los factores económicos (capital, trabajo, conocimiento, tierra, etc.), entendidos ahora en términos de flujos. Esto quiere decir que, por ejemplo, cualquier sujeto se explota a sí mismo, pues lo que gana gracias a un componente (por ejemplo, el capital) lo sufre con el otro (por ejemplo, el trabajo). Desde este punto de vista, desaparece el enemigo externo, gran parte del discurso de la izquierda se vuelve inútil y la explotación, que no desaparece, debe ser reinterpretada, dado que ya no sirve para distinguir a unos sujetos de otros.

Respecto a la explotación de la tierra por el capital o, más genéricamente, de la naturaleza por la sociedad, algo que el ecologismo parece interpretar en los mismos términos que el marxismo cuando se refiere a la burguesía y el proletariado, podría hablarse del mismo modo, pues tanto los humanos como los no humanos estamos constituidos por cantidades variables de capital, tierra (naturaleza) o trabajo, por citar los tres factores productivos clásicos, pero a los que también se puede añadir el conocimiento, la técnica e incluso la política. Esto es válido para un monte, las focas, el agua, los trabajadores de Vietnam, los empresarios de Chicago, etc. El caso es que dichos factores pueden combinarse manteniendo su singularidad o mezclándose y haciendo difícil e incluso imposible decidir dónde empieza uno o acaba otro. Las más de las veces, al menos en nuestra Sociedad, están vinculados por una relación de explotación, pero en otras ocasiones se vinculan de un modo más simétrico y horizontal. Por otro lado, en la mayoría de los casos es el capital quien domina o explota, pero en otras ocasiones son el trabajo o la naturaleza quienes lo hacen. Según esto, lo importante no es sólo la desigualdad sino el amplio abanico de relaciones que atraviesa y constituye a cualquier agente social o natural que consideremos. Incluso es posible que un mismo agente encarne a la vez a dos factores llevándose bien entre sí, explotándose en una dirección y también en la contraria. A su vez, dentro todavía del mismo agente, estas diferentes relaciones entre factores pueden vincularse bien entre sí o hacerlo mal. Tanta complejidad obliga a olvidarse de los agentes o lugares concretos en los que circunstancialmente se encarnan las relaciones y prestar atención a los flujos.

 

En este punto conviene abrir un breve paréntesis pues el asunto de la explotación es un problema político en su sentido clásico pues tiene que ver con el poder. En efecto, algunos agentes pueden convertirse en portavoces del malestar e incluso indignación que, según su interpretación, deriva de los factores explotados, sea éste el trabajo, la tierra, el conocimiento, etc. Tales factores no hablan por sí mismos, por mucho que se encarnen en distintos sujetos y colectivos con capacidad para elaborar discursos, pues tienen una condición presubjetiva y, por lo tanto, prepolítica. Son entonces los agentes, que unas veces coinciden con las propias encarnaciones de los factores y otras no, quienes producen ese discurso del malestar, normalmente acudiendo a experiencias de sus componentes presubjetivos, pero otras veces, con ayuda de la imaginación, inventándolas, lo cual no minusvalora el malestar ni resta consistencia al conflicto.

El caso, es que, dada una relación de dominio enunciada por uno o un entramado de agentes, cabe una respuesta conversa positiva que dice sí y, en consecuencia, obedece y contribuye a que el sistema y la desigualdad se reproduzcan. Esto sólo puede ocurrir de dos modos. Por un lado, mediante la aceptación por la(s) parte(s) subordinada(s) de relatos que distorsionan la relación de dominación o la convierten en otra cosa, lo cual hace que las prescripciones de las posiciones dominantes y las obediencias que obtienen no parezcan tales. Por otro lado, por la aceptación táctica o convencida que los subordinados hacen de la posición que ocupan, lo cual les libera de bastantes e importantes decisiones que, paradójicamente, obligan a los dominantes pues deben pasar a tomarlas ellos. En ambos casos la respuesta conversa positiva reposa en un malentendido.

En segundo lugar, ante la enunciación de cierta relación de dominio cabe también una respuesta conversa negativa que diga no. En realidad, esta negación no es tal pues la respuesta simplemente se limita a “elegir” la parte no indicada o prescrita por dicha enunciación, lo que convierte al “no” en una respuesta conversa. Aquí lo importante desde el punto de vista de la contestación es que parezca que hay desobediencia y, en consecuencia, que se hace uso de la libertad. Esto es necesario para ocultar que se responde, contesta u obedece a la pregunta y, además, eligiendo respuestas o contestaciones decididas por la propia pregunta. Como cuando ante la convocatoria de unas elecciones generales un votante elige una de las opciones que se le han presentado, sobre todo si una de ellas se presenta como la alternativa. En conjunto, aunque de distinto modo, las respuestas conversas, tanto las positivas como las negativas, son demagógicas, pues las palabras y actos siempre exigen algún tipo de justificación y significan lo que en cada caso convenga.

En tercer lugar, caben respuestas perversas, más creativas que las anteriores, pues dicen sí y no. Se caracterizan por mezclar y confundir los términos hasta volverlos borrosos y aprovechar la situación para apropiarse de ellos y lograr decir lo que se quisiera pero no se puede por estar fuera del sistema de lo decible. En realidad es la situación más común y nos la encontramos en las artimañas, trampas, engaños, etc. con las que los subordinados (hijos, alumnos, presos, locos, enfermos, fieles, etc.) resisten las relaciones de dominación. Este tipo de actitud es muy común, nos la encontramos entre los héroes, titanes y dioses de Grecia, está también presente en el humor o el chiste y es también una característica de la cultura popular.

Finalmente, están las respuestas subversivas, que no dicen ni si ni no, sino otra cosa. Suponen la escritura de un discurso propio y se oponen a las posiciones anteriores ya que éstas sólo ejercitaban la lectura respecto a lo escrito por otros. Es como si ante la convocatoria de unas elecciones, en lugar de elegir a uno u otro candidato o partido político, decidimos ir a pasar el día a la playa, leer un libro, ver la tv, etc. Esta conducta es tanto más subversiva cuanto más espontánea es y menos reacciona al mandato. En el caso de las elecciones políticas sólo pueden actuar así aquéllos a los que les importa un bledo la política y son inmunes a sus propagandas. El anarquismo es, en este sentido, una versión menor de la subversión.

La política de las respuestas conversas y perversa suele tender a moverse en el campo de la demagogia. Este mundo líquido en el que el decir no cesa de confundir, las posiciones claras de desvanecerse y los argumentos se diluyen apenas han aparecido, muestra una actividad tan voluptuosa como la económica pero en otro campo. Pero es que si la conversión y la perversión disuelven y confunden las posiciones claras y distintas de las que el sistema dice depender y contribuye así a instituirlas, la subversión tampoco las respeta, aunque en este caso porque trae consigo un mundo que es nuevo o que la imposición no permite ver. Si bien este otro mundo es cierto que impondrá nuevas distinciones, que igualmente pasarán después a ser disueltas, lo importante es el gesto creativo o subversivo del que es resultado. La fuerza con la que borra lo distinto y el acto de crear mismo sólo pueden tener su origen fuera del sistema, en la indistinción que precede y excede cualquier orden. En este sentido, está relacionado con la fluidez de la demagogia. Lo que ocurre es que mientras la subversión manifiesta de un modo desnudo la fluidez inmanente, en el caso de la demagogia dicha fluidez trabaja en el interior del sistema y es algo así como el retorno o la anamnesis de su versión fuerte o inmanente. Esto quiere decir, que lo que llamamos orden son efímeras coagulaciones, unas veces disueltas lentamente por la demagogia y otras barridas abruptamente por las subversiones. La disolución y el barrido son sólo maneras diferentes de manifestarse lo indistinto.

En definitiva, del mismo modo que el puritanismo económico habla de necesidades y de este modo pretende restringir, aunque el esfuerzo sea vano, la voluptuosidad, tanto del consumo como de la producción, así el puritanismo político habla de posiciones definidas (dominantes y dominados, izquierda y derecha, etc.) y de este modo pretende reducir, igualmente sin éxito, la voluptuosidad propia de este campo, que consiste, simple y llanamente, en no poder parar de decir. Conviene aclarar que la voluptuosidad no es propia del discurso sino que empuja desde sustratos prediscursivos, presubjetivos y prepolíticos. Uno de esos estratos tiene que ver con las relaciones entre factores productivos pero hay muchos más.

 

Pero dejemos de lado la política y volvamos de nuevo a la voluptuosidad de las pulsiones. En este sentido, debe tenerse en cuenta que la desmesura del deseo no sólo desborda cualquier utilidad procreadora. Como muestra Sade, llega al desbordamiento absoluto de cualquier utilidad. En ese más allá, las limitaciones del cuerpo respecto al deseo son superadas y el cuerpo mismo es destruido. Aunque eso llegue a proponer el Marqués, la voluptuosidad, más que provocar la muerte del cuerpo lo debería forzar a transformarse a través de distintas clases de prótesis, artilugios, drogas, técnicas, mentalizaciones, etc. para hacerlo más capaz de ser habitado y atravesado por la desmesura. En lugar de muerte hay pues la obligación de una transformación y metamorfosis permanentes. Si no ocurre esto, entonces sí que la muerte será inevitable

La economía contemporánea, impulsada por una voluptuosidad igualmente desmesurada, también va contra su propio soporte físico, en este caso la base natural y las relaciones sociales que la han hecho posible. Esto no quiere decir que lo natural y lo social vayan a ser destruidos. Sólo el tipo de naturaleza y de sociedad que hicieron posible la economía industrial. Aunque más bien habría que decir que serán o están siendo destruidas las concepciones de naturaleza y de sociedad que se proyectaron sobre lo social y lo natural coincidiendo con algo que ya había allí o logrando que partes del bios y del socius se adecuaran a esas proyecciones y se transformaran en ellas. Por lo tanto, tras la muerte de las naturalezas y sociedades que tenemos vendrán otros naturalezas y sociedades. Y después otras….

Lo que impulsa tales cambios, no conviene olvidarlo, es la voluptuosidad. Y los enemigos de ese impulso son, entre otros, en el plano ideológico, tanto el ecologismo como el socialismo, que tienen concepciones finitas y austeras de lo natural y de lo social, así como modos muy cerrados, estables y simples de interpretar la articulación de los distintos componentes del bios y del socius. Esos puntos de vista han dado lugar a políticas naturales y sociales, unas realizadas y otras por construir, también finitas y muy cerradas, austeras, estables y simples. Pero para no caer en malentendidos debe quedar claro que, desde el punto de vista voluptuoso que estamos explotando, el liberalismo es tan inútil como el ecologismo y el socialismo. Primero, porque parte de una particular clase de agentes, los individuos, y la desmesura es la única agencia a tener en cuenta. Segundo, porque el liberalismo tiene una concepción agonal del individuo que le lleva a competir o envidiar al prójimo y que para nada tiene que ver con la voluptuosidad, más emparentada con Eros que con Marte. Y tercero, porque malinterpreta la voluptuosidad al equipararla al beneficio, el cuál sólo tiene sentido en un contexto de intercambio, por lo que no hay exceso pues simplemente se mueven las cosas de sitio. Unas veces generando explotación, como denuncian los marxistas, al poner en el centro los vínculos entre capital y trabajo. Otras en libertad, como corrigen los liberales, al preferir ver sólo un capital que unas veces es económico, otras cognitivo, otras humano, también social, etc. Al margen de estas diferencias que los liberales tienen con los marxistas, lo importante de aquéllos es que sustituyen la lógica de la voluptuosidad sin límites, a la que tiende la economía, por otra restringida que genera beneficios en lugares concretos e intenta conducir la economía en esa dirección.

            Del mismo modo que ocurre en la vida general, nada en la economía pulsional es gratuito, pues todo tiene un precio. Pero, como dice Sade,“aquél que corre con los gastos, aquél que pagará de una manera u otra, es la sustancia constituida por el lugar donde se desarrolla el combate, el propio cuerpo”. Quiere esto decir que cuanto más se incrementa la perversión, proliferan los fantasmas y se propagan los simulacros, más padece el finito y limitado cuerpo. Por lo tanto, el precio a pagar por la inevitable y necesaria voluptuosidad es el cuerpo.

En el ámbito de la economía, como el precio no media entre comprador y vendedor, pues la producción y el consumo, del mismo modo que a nivel pulsional, ya hemos dicho que no deben ser disociados, y los agentes concretos son entonces irrelevantes, el precio sólo puede hacer referencia, como también hemos dicho, a los costes que la voluptuosidad tiene en la sociedad y naturaleza concretas en las que la economía industrial, postindustrial, etc. se encarnan. En este sentido, el precio de la voluptuosidad no es la muerte sino la transformación y la creación de nuevos mundos. Es decir, el precio es la vida, pero entendida de un modo radicalmente engendrador e infinito. El problema es que ese modo de entender la vida es tan terrorífico y monstruoso, por excesivo, para el puritano y mesurado orden que tenemos, como las perversiones de Sade lo son para la moral y sexualidad restringida, no sólo de su época sino también de la nuestra.

Decía Reich en relación a Freud que, si bien descubrió la sexualidad y la puso en un primer plano, no apostó decididamente por ella ni, en consecuencia, por una vida psíquica saludable. La represión inconsciente que enfermaba –dijo- fue transformada por Freud, a través de la palabra, en una confesión que no liberaba la sexualidad sino que simplemente la hablaba. De modo que la sexualidad hablada continuó reprimiendo la práctica sexual. En una trampa parecida nos introduce la democracia, pues puede llegar a conceder hablar de lo que plazca, pero en muchos casos bloquea la posibilidad de hacer o realizar aquello de lo que tan libremente se habla o demanda, aunque no perjudique a nadie. En el caso del capitalismo, aunque es cierto que apostó por la voluptuosidad, no lo es menos que lo hizo de un modo limitado y que, por lo tanto, lo contuvo. Más que del lado del exceso y la desmesura, estuvo del lado de su contención. La llevó a cabo, del mismo modo que el psicoanálisis en relación a la sexualidad y la democracia a la libertad, dosificando el exceso homeopáticamente.

El mecanismo encargado de canalizar esa homeopatía y cumplir así la función que en relación al sexo y la libertad cumplió la palabra, fue el beneficio, ligado al capital, el factor productivo fundamental del la economía que tenemos. Y es que el capital produce mucho y parece voluptuoso pero no produce lo que no sea rentable y pierde interés en la producción cuando la curva de beneficios está en su fase descendente. Este freno es en parte responsable de las periódicas crisis que asolan al capitalismo pues cuando los beneficios no acompañan se cierra el grifo y comienzan a caer todas las piezas una tras otra. Que los marxistas no hablen mucho de beneficio y prefieran ver que las mercancías son portadoras de un plusvalor destinado al capital, no muestra un punto de vista muy diferente del liberal. Su propuesta de reinstaurar el mesurado y proporcionado intercambio de valores idénticos tampoco, pues de igual modo que el liberalismo, sólo hace que cerrar el paso a la voluptuosidad. El marxismo, en fin, no pretende liberar el exceso voluptuoso de vida sino tan sólo distribuir la que el capitalismo es capaz de dejar asomar. Marx y los marxistas son en esto muy freudianos. Reich les da algo de miedo y más allá de él ni se atreven. Por eso, también, la voluptuosidad del espíritu dionisíaco de Nietzsche suele preocuparles y el exceso de Sade les causa, directamente, terror.

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