Sobre asambleas, autoridades y otras hierbas

 

En la tertulia pasada salió a relucir el tema de la necesidad de liderazgo y autoridad como corrector, contrapeso o simplemente espejo de la a veces desesperante e inoperante lógica asamblearia. Como estuvimos discutiendo un tiempo sobre el asunto y nos pareció no solo importante sino muy pertinente en el contexto político actual decidimos dedicarle esta primera sesión. El formato elegido fue el debate a partir de un primer estímulo o breve ponencia contrapesada por otra intervención de signo contrario. No me importó, tal como se me sugirió, proponer alguna idea a favor de la lógica asamblearia y no tan favorable del liderazgo y la autoridad. Creo que se comentó la posibilidad de que Pepe Solana interviniera subrayando la necesidad de la autoridad. Esto fue lo que creí entender pero no estoy seguro de que así fuera. En todo caso ahí van unas cuantas ideas para discutir que más que tratar de la asamblea, tratan de inscribirla en un campo semántico en el que también se encuentran el 15M, la anarquía, la fratria, el desorden, etc. Y para darle un carácter operativo o práctico, tal como es el propósito de este think tank que estamos montando, pero sin caer en el posibilismo ni el realismo, más bien en todo lo contrario, termino con unos pocos consejos que de obligatorios, como no puede ser de otro modo, tienen cero.

Se ha dicho que el término “autoridad” resulta de la unión del término latino augere (“aumentar”) y el sánscrito otas (“la fuerza de dios”), resultando como significado etimológico algo así como el aumento o crecimiento dirigido por una divinidad. Esta autoridad puede descansar en el poder o “fuerza” pero lleva implícito el hecho de que, por provenir de un ente superior (dios, en último término), puede ser legítima e independiente de la coacción. Esta idea es discutible pues puede interpretarse que la fuerza, poder o coacción simplemente han pasado de ser externos, visibles e impuestos a internalizados (hasta formar parte de la personalidad –no otra cosa implica la “socialización”, un concepto básico y no discutido en las ciencias sociales-). Precisamente por esto, la fórmula nietzscheana “Dios ha muerto”, ha sido superada por la psicoanalítica “Dios es inconsciente”. El término líder es más claro y se presta a menos sospechas pues hace explícitamente referencia a un punto fijo exógeno que conduce, marca el camino, da las explicaciones, señala los significados correctos, etc. En este caso, el líder ejerce el poder y es obedecido porque posee un saber del que el resto carece. Pero más allá de los detalles, ambos términos, la autoridad y el liderazgo, apuntan a un sistema u orden de carácter jerárquico, en el sentido de que se organiza a partir de un “centro sagrado” (hieros + arjé). La lógica de este modo de funcionar está presente en todo el orden instituido, incluida la política, ya que es un subconjunto puesto en el centro y al que se le adjudica la función sagrada de velar por el conjunto de lo social. Con coacción explícita o interiorizada. Eso es lo de menos.

Por el motivo que sea los del 15M se levantaron no sólo contra el poder así entendido sino contra la propia democracia formal que tenemos en tanto que refugio último de dicho poder. El nombre con el que se dieron a conocer (“democracia real ya”) y los eslóganes más coreados (“lo llaman democracia y no lo es”, “no los votes pues no nos representan”) daban a entender que el demos y el kratos, la gente y el poder, partes o componentes de la democracia que padecemos, forman una conjunción imposible. Dicho de otro modo, la autoridad y el liderazgo son incompatibles con la presencia soberana y no simplemente testimonial de las gentes. De ahí los esfuerzos del 15M por apartarse de la lógica de la delegación y de la re-presentación (sustituir una presencia, en este caso de las gentes, por otra cosa, un re-presentante que elimina la presencia) y de ahí también el esfuerzo e interés por utilizar un instrumento que facilitara la autopresentación y que es la asamblea.

Su característica principal (me refiero a la asamblea) es que tiene una organización anárquica, pues, a diferencia de la jerarquía, no privilegia ningún centro y si éste aparece no es estable ni inmutable sino provisional y perecedero. Así funciona el liderazgo y la autoridad, tanto en las sociedades primitivas como en la vida cotidiana  e informal de las sociedades complejas (caso, por ejemplo, de los grupos de iguales o amigos). El énfasis del 15M en la anarquía no era en realidad nuevo pues una mirada atenta a las investigaciones sociológicas y politológicas de las últimas décadas nos informa que la gente es cada vez más reacia a la autoridad y que los sujetos que producen las familias son cada vez más postautoritarios. Los movimientos sociales saben esto desde hace tiempo. De modo que el desembarco de ese impulso en la política, centro neurálgico del ejercicio del poder, era inevitable.

Lo que el 15M puso como cuestión para tratar y discutir políticamente no fue el eje izquierda/derecha sino uno nuevo, arriba/abajo, que convierte en objeto central de la polémica la propia esencia de la política. A su modo, Podemos recogió ese guante pero no parece que la forma “partido” sea muy capaz de permitir hacer política de un modo que no sea el jerárquico. Como hay excepciones de largo recorrido y con presencia en las instituciones (caso de ERC o las CUP, ambos asamblearios) no hay que caer precipitadamente en la desconfianza. Más tarde ZEC y otras candidaturas municipalistas recogieron de nuevo el guante y, de momento, parece que la cosa les funciona mejor, aunque no sin dificultades. Por lo que parece, tienen a la asamblea como instrumento principal y trabajan para hacerla operativa y permitirle tomar decisiones. El mayor problema es que un dispositivo así, anárquico, ha de tener enormes dificultades para funcionar dentro de ese paradigma extremo y absoluto de la jerarquía que es el Estado y sus Administraciones. Salvar esta dificultad exige utilizar la imaginación y también la experimentación, pero en absoluto renunciar al asambleísmo, una seña de identidad de esas iniciativas ciudadanas a las que tan bien les fue en las pasadas elecciones municipales.

Muy importante: la lógica y sentido de la asamblea son distintos de los que encarnan la autoridad y el liderazgo. En este segundo caso todo parece depender de ciertas verdades, quizás con algún margen para ser corregidas o discutidas, que actúan como faro o guía del conocimiento o de la toma de decisiones. Tienen pues un carácter externo, tienden al universalismo y parecen habitar en aquel lugar celeste que Platón reservó a las ideas y en el que, junto a la verdad, estaban alojadas la belleza, la bondad, etc., nociones todas ellas tan puras, eternas e inmutables como aquélla. La verdad y sus compañeras tienen mucho sentido en un mundo que podríamos calificar como patriarcal, liderado por dioses igualmente únicos, celestes, inmortales absolutamente omnipotentes y hacedores de mundos previsibles. Se ha dicho que el mundo matriarcal era distinto. Estaba poblado por diosas telúricas e intraterrestres cuyas apariciones y muertes coincidían con las de los ciclos de florecimiento y letargo de la naturaleza, el movimiento de los planetas, etc. Hoy también se habla del mundo en esos o parecidos términos. Y la “verdad” (si es que el término sirve) que cabe en él se caracteriza por tener un carácter relativo, pues está encarnada, corporeizada, enraizada en intervalos espacio-temporales muy concretos, así que pierde su carácter absoluto. La lógica asamblearia, por su parte, trata con una “verdad”, si es que de nuevo el término resulta apropiado, también relativa pero desde otro punto de vista. En este caso, dicha verdad depende de la deliberación entre iguales y surge como consecuencia de ello, aunque lo importante no es la verdad (como tampoco lo es en el mundo matriarcal –donde el cuerpo y su situación dictan las certidumbres-) sino el propio conversar. Esto no debe extrañar pues ya las investigaciones lingüísticas nos han informado hace tiempo que la función más importante del lenguaje no es comunicar ninguna verdad, transmitir ninguna información ni facilitar ningún conocimiento, sino facilitar el estar-juntos. Añaden también que, si aceptáramos la existencia de verdades, informaciones y conocimientos, como son objeto de envíos y reenvíos que ponen en relación a comunicantes, crearían y recrearían así, con esas relaciones, un ser-en-común. La asamblea pone de manifiesto esta característica que tanto desespera a quienes esperan verdades de tipo patriarcal. El mundo que acoge este mecanismo asambleario y su verdad ya no es el patriarcal ni tampoco el matriarcal sino el fratriarcal.

Dejemos de lado el mundo matriarcal y el punto de vista arquetípico del párrafo anterior para simplificar las cosas y quedémonos con la idea de que hay dos estilos de organización, el jerárquico y el anárquico. Pero más importante que distinguirlos es ver la relación que se establece entre ellos. El jerárquico, como no puede ser de otro modo, tiende a excluir a la anarquía o a utilizarla de modo que le resulte útil, llegar a donde no puede o, simplemente, para dar la impresión de tolerancia, algo que, por el motivo que sea (no me detendré en esto), parece formar parte del espíritu de este tiempo. Lo hace, enmarcando y contextualizando, por ejemplo, la investigación participativa (muy común en mi gremio), o la democracia participativa (muy de moda pero tan alejada en nuestras democracias de su sentido original como los tan comunes jeans lo están de los buscadores de oro americanos –en ambos casos nos hemos quedado con un significante con connotaciones estéticas y sin significado) y, cómo no, el uso de asambleas. Pero ocurre lo mismo en las empresas con los círculos de calidad (que dan capacidad a los operarios para sugerir cambios a todos los niveles pero que son contratados, echados y pagados según convenga desde arriba), en los centros educativos con su democracia formal (donde los alumnos tienen una presencia testimonial y, sobre todo, son evaluados por los profesores, así como conducidos por el camino intelectual que tales profesores, sus departamento y el Estado, según los casos, decidan) y con la actitud paternal en las familias (donde los hijos podrán opinar e incluso podrán ser atendidos pero terminarán haciendo lo que los padres decidan). En todos los casos, aunque se deje entrar algo de anarquía, al final es la jerarquía la que manda. Por lo tanto, desde este punto de vista, la jerarquía y la anarquía se relacionan de un modo jerárquico que favorece, evidentemente a la jerarquía. La democracia (o postdemocracia actual) formarían parte de este juego pues se podrá debatir, hablar y opinar de (casi) todo, pero al final se hará lo que se deba hacer. El caso de Syriza en Grecia es, en este sentido, ejemplar. Pero dentro de cada país ha ocurrido siempre lo mismo: ustedes podrán hablar sobre el derecho a decidir, sobre el consumo de drogas, sobre la poliandria y otros muchos asuntos que no perjudican a nadie y, por lo tanto, no producen víctimas, pero no podrán hacer nada en relación a eso, por la sencilla razón de que sólo se puede hacer lo que ya está hecho o decidido de antemano. Corolario implícito: el hacer es nuestro y el pensar y sobre todo el hablar de todos ustedes. O sea, la democracia no es sino el último y terminal disfraz del que se ha dotado el poder o kratros para mantenerse apelando a un demos que nunca ha sido tomado en serio. Pero esto no es nuevo sino muy común.

En efecto, del mismo modo que, según Heidegger, el olvido del ser nace en Grecia desactivando su presencia a través de una filosofía que se transformó en simple metafísica, el olvido de las gentes se produce ya desde la Revolución Francesa, pues su presencia bulliciosa y revolucionaria en las calles fue desactivada por la Democracia. Y del mismo modo que la retirada del ser permanece oculta, así también la retirada de las gentes es ocultada por el paradójico procedimiento de apelar de un modo vacío y fugaz a ellas. Si la palabra “es”, igual de fugaz y vacía, no ha desaparecido todavía se debe a que el hombre perdería esa esencia suya que ya ha olvidado. De hecho, dice Heidegger, “si se le sustrajera la posibilidad de decirla, ninguna catástrofe en el planeta sería comparable a ese acontecimiento”. Por la misma razón, los términos que designan a las gentes, aun dichos sin pensar, continúan funcionando porque, si desaparecieran, al momento la propia Política se derrumbaría. Finalmente, del mismo modo que en filosofía, siempre según Heidegger,  el ser insiste sin consistir en lo que la filosofía dice de él y se resiste a las figuraciones y discursos en las que es mencionado o representado, así el demos insiste sin consistir en lo que la política en su variante democrática dice de él y se resiste a las habladurías de quienes lo investigan, a otros que opinan sobre él y a aquellos a los que se les confiere el poder de interpretarlo y decidir por él. La democracia es la respuesta última y desesperada de un kratos que decide  seguir con el mando pero aparentando hacer un hueco al demos. El 15M y otros movimientos similares simplemente dicen que esa solución es imposible.

Hay otro modo por el que la jerarquía y la anarquía pueden relacionarse: “anárquicamente”. Es decir, introduciéndose la anarquía, por sorpresa y sin invitación, allá donde no había sido llamada y logrando hacer cosas. La organización informal de los subordinados que tiene lugar en centros de trabajo, escuelas, familias, etc. logra encontrar huecos de autoorganización con los que cumplir otros objetivos (escaquearse, copiar, desobedecer) o facilitar incluso el cumplimiento de los indicados. Pero la jerarquía y la anarquía funcionan anárquicamente también cuando dispositivos anárquicos dosifican el uso de mecanismos jerárquicos para ser algo más operativos y eficaces. Por lo que he oído, es lo que ocurre con esas comisiones creadas en ZEC que conducen las asambleas localizando y eliminando controversias inútiles, o intervenciones gratuitamente partidistas. En este caso la anarquía enmarca y utiliza homeopáticamente pequeñas dosis de jerarquía. En esas cantidades el veneno no mata sino que engorda.

Cuando la asamblea falla se suele oír bastante la voz de quienes, aprovechando el momento, apelan a la jerarquía, dejando a los anarquistas en una muy incómoda posición, pues sus argumentos son menos comunes y más difíciles de sostener, ya que hay menos experiencia y visibilidad que los avalen. Esa apelación a la jerarquía se hace diciendo de ella que es necesaria, natural, inevitable, etc., para justificar así su uso y no dejar margen a nada distinto. Este recurso argumental no tiene nada de nuevo. Recordemos que para Hobbes el hombre es un lobo para el hombre y que el Estado logra la paz monopolizando el uso de la violencia y reorientando el miedo hacia él.  Sin embargo, en situaciones de violencia recíproca, sin intermediaciones estatales, también cabe la producción de paz, sólo que aquí por la propia acción de los protagonistas y sin dejar que un elemento exógeno administre el miedo. Estas paces autónomas y producidas desde abajo son muy comunes entre los animales, a nivel microsocial (en la vida cotidiana) e incluso a nivel macro (internacional –donde no hay autoridad que haga obedecer a las otras naciones, como bien sabe Estados Unidos, pues en muchas ocasiones tiene que embarcarse en guerras que no le terminan de salir bien para intentar hacerse obedecer-) pero son extraordinariamente raras a nivel mesosocial, pues la presencia del Estado es a menudo suficiente para producir paz. Lo hace destilando el miedo desde arriba. Ese es el problema.

Por otro lado, también se suele afirmar, por ejemplo, que, sin la autoridad, el sujeto simplemente no podría existir, ya que nace especialmente desválido, necesita mucha más atención que otros animales y, en consecuencia, hay que conducirlo. Sin embargo, lo que realmente ocurre en ese escenario primordial es que el infante tiene una sensación de abandono que la presencia, el cuidado y sobre todo amor del o de los adultos elimina. Pero de esto no se sigue que para calmar la sensación de abandono, cuidar y dar amor, el adulto deba introducir como condición su autoridad y la sumisión. Tal cosa no es necesaria. Sólo sirve para construir sujetos dependientes que acepten la autoridad. El chantaje del cuidado a cambio de obediencia no es pues necesario, natural ni nada por el estilo. Es sólo un chantaje. Afortunadamente nunca ha funcionado del todo bien.

Aunque no es este el lugar para tratarlo con detalle, conviene recordar que hay toneladas de investigaciones que nos informan de la potencia de la anarquía. Más exactamente, nos dicen que mientras los sistemas jerárquicos tienden a la rigidez y el colapso por inmovilización, los sistemas anárquicos son más capaces de cambiar y sobrevivir. Esto se debe a dos propiedades. Por un lado, a que fomentan un estado global metaestable o alejado del equilibrio, propiedad básica para los sistemas vivos y sociales, que no pueden parar de cambiar y para los que el exceso de quietud es letal. Por otro lado, y relacionado con lo anterior, en estos sistemas anárquicos que están tan alejados del equilibrio (en una situación metaestable permanente), a diferencia de lo que sucede en los sistemas jerárquicos, el desorden tiene propiedades positivas pues no destruye el sistema sino que estimula la transformación. Ahora bien, las investigaciones también nos vienen recordando desde hace tiempo que la medida del desorden es exactamente la misma que la medida de la información (en su sentido más común) por lo que si un sistema anárquico tiene desorden ello significa que resulta parcialmente desconocido. Evidentemente ese desconocimiento lo es respecto a un observador y habría que añadir que, si el conocimiento sirve para tomar decisiones, un sistema anárquico resulta no sólo bastante impredecible sino también intratable.

Sin embargo, estas características no son para nosotros suficientes, pues los sistemas sociales no sólo tienen observadores externos o expertos que conocen, acompañados de líderes, jefes, etc. que toman decisiones, sino que también hay participantes internos. El biólogo puede despreciar este dato pero el sociólogo o el antropólogo no. Pues bien, igualmente hay abundantes investigaciones y trabajos que señalan la relación inversamente proporcional de la reflexión y acción externa o superior frente al saber-hacer interno o inferior del participante. En concreto, en esas situaciones metaestables que tan saludables resultan a los sistemas sociales (en las que, recordemos, el desorden tienen propiedades positivas, lo cual implica falta de conocimiento en el experto y limitaciones para actuar en el político), el participante sabe desenvolverse bastante bien utilizando un saber no disociado del hacer y que suele basarse en el hecho de ponerse en el pellejo del otro según unos o en la identificación entre iguales según otros, resultando de ello, como también ocurre en los sistemas metaestables en general, que los elementos del conjunto se terminan poniendo en relación entre sí a través del conjunto y no mediante un elemento (sujeto, idea, símbolo, etc.) trascendido y convertido en punto fijo. Por el contrario, en las situaciones estables, el sistema resulta ordenado y previsible para expertos y políticos, mientras que el participante no tiene control sobre lo que hace y piensa. En definitiva, si apostamos por la anarquía, ese escenario que apetece a la asamblea, es necesario saber hacer y pensar desde abajo, algo de lo que el experto y el político son incapaces.

Para acabar permitidme entonces, puesto que me interesa más la anarquía que la jerarquía, ésta ya tiene a sus defensores (por lo que se basta y se sobra para sobrevivir e incluso afirmarse) y ese punto medio que muchos defienden como ideal necesita de extremos entre los que ubicarse, que dé unos cuantos consejos o sugerencias para hacer crecer esa anarquía que en mi opinión es tan saludable. Como se verá no son órdenes ni reglas sino simplemente ideítas con las que cada cuál puede hacer lo que le plazca. Ahí va una decena de ellas:

  1. Se impredecible (e intratable) para los observadores y decisores externos. Pero como cada sujeto está también constituido por jerarquía y anarquía que permiten que existan las de su entorno o sociedad, hay que ser impredecible también y principalmente para uno mismo. No absolutamente pero si, al menos, un poco, a ser posible todos los días. Cada cuál verá cómo lo hace si le resulta interesante. Hay estrategias. En todo caso, lo intente o no, uno siempre es bastante imprevisible gracias que una parte de sí es inconsciente. Para Freud la relación entre consciencia e inconsciente era jerárquica, muy hostil y a favor de la primera instancia. Para Jung era más amistosa y por eso decía que el inconsciente “aconsejaba”. Préstale entonces atención. Por ejemplo cuando te habla a través de los sueños
  2. Si quieres conocer actúa. Abajo no hay conocimiento separado del hacer, como ocurre arriba, y por eso la comprensión del mundo, como decía Débord, no puede basarse más que en la contestación.
  3. La lógica jerárquica de la enseñanza aquí no funciona. Sí quieres propagar tus ideas inténtalo con el ejemplo y mira con curiosidad lo que resulta. Si quieres aprender mira a tu alrededor y experimenta con lo que te parezca más interesante. La ejemplaridad y la experimentación no tienen nada que ver con escuelas ni púlpitos.
  4. Olvídate del “hay que” o del “es necesario”. La anarquía no es obligatoria. Sale de abajo y se basa más en la lógica del contagio que en la del seguimiento. Gran parte de los fenómenos colectivos y los propios estallidos sociales se producen por fenómenos contagiosos que crecen exponencialmente. De modo que pon atención, no te aísles, abre tus poros, exponte al contacto.
  5. Si eres un experto o un político al que le interesa la anarquía puedes practicar el éxodo y el exilio de tus lugares de saber y poder. No tienes por qué hacerlo absolutamente (sobre todo si la jerarquía te paga y las actividades que para ella realizas te proporcionan algún placer, te atraen, etc.), pero sí algo, lo que consideres conveniente o puedas, pues así facilitarás que crezca la anarquía. De todas formas, no te preocupes. Si no puedes o quieres hacerlo no pasa nada. No eres imprescindible. La anarquía ya saldrá por otro lado.
  6. El experto no clásico sabe que no sabe y es más capaz de convivir con la anarquía. Tiene una ignorancia positiva. Los físicos que reconocen conocer apenas el 25% de la materia y energía del universo tienen esta clase de saber. Los biólogos que con enorme desprecio calificaron el 75% del ADN como basura no alcanzaron tal clase de conocimiento. A quienes encierran, medican, vigilan, castigan o simplemente desprecian la actividad social y psíquica que no cabe en un orden dado les pasa lo mismo. El experto clásico no sabe que no sabe y tiene una ignorancia negativa. Para ellos no hay nada fuera de la jerarquía y lo que no cabe en ella lo desprecian. Quienes trabajan en posiciones dominantes de los sistemas jerárquicos no es difícil que reconozcan la finitud de su saber. Muchos médicos reconocen que la gente se cura sola. Yo mismo no sé mucho del aprendizaje de los alumnos.
  7. Puesto que la anarquía es, entre otras cosas, sinónimo de heterogeneidad y multiplicidad, no estaría mal que obres de modo que incrementes la variedad de lo que te rodea, tanto en el plano cognitivo como en el estético y otros. La intensidad y magnitud de la pluralidad es asunto tuyo. Y si no puedes o quieres recuerda de nuevo que no eres imprescindible y que la heterogeneidad vendrá a ti.
  8. El músculo anarquista conviene trabajarlo un poco. La mejor gimnasia es la desobediencia.
  9. Aunque la anarquía apunta bastante más lejos, siendo “realistas”, el dispositivo asamblea algo de utilidad tiene. Pero no para encajarlo en el mundo patriarcal sino como puerta de entrada en el fratriarcal. Tenlo en cuenta. Pero no te preocupes, si lo olvidas, la asamblea te lo recordará haciéndote desesperar.
  10. El realismo y el posibilismo son tácticas jerárquicas. La anarquía parece preferir que se cultive el arte de lo improbable. No sólo porque contribuye a generar heterogenidad, sino también porque incrementa el desorden y la falta de previsibilidad, fundamentales para la supervivencia y crecimiento de lo social.

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