José Angel Bergua
Tras la pérdida de credibilidad de las ideologías clásicas y la desafección de las gentes respecto a la democracia, esa fuerza orgásmica, que según Beatriz Preciado es el combustible del mundo actual, ha llegado para ocupar el primer plano de la alta política. Sin embargo, no con la voluptosidad y desmesura que exige sino, tal como suele ocurrir cuando la política trata con lo importante, de un modo blando y tímido. Incluso escondiéndose en los pliegues de discursos entre simples y desfasados que ya no explican nada ni convencen a nadie. No debe extrañar que, con tanta desfiguración, la aparición de la fuerza orgásmica sólo pueda adoptar la forma de un hilarante relato rosa. Síganme, por favor.
En 1998 Giddens escribió La tercera vía, un libro que intentaba salvar a la izquierda moderada ante la ofensiva neoliberal. Debían liderar aquel nuevo proyecto los demócratas de Estados Unidos y los laboristas del Reino Unido. ¿Alguien le hizo caso? En absoluto. La Historia siguió un curso bien distinto. Si a un lado del Atlántico lo más importante que ocurrió fue el affaire de Clinton con una de sus becarias, en la otra orilla el mosquetero de las Azores retozaba con la entonces todavía mujer del magnate Rupert Murdoch, la hermosa Wendi Deng. De este modo, los hechos venían a demostrar que la Política de las izquierdas light no tenía ya nada que ver con ninguna lucha de clases, menos aún con la hegemonía de Gramsci y en absoluto con la globalización, los nuevos movimientos sociales, las cuestiones natural, femenina, nacional, etc. La verdad de la alta política dejó de ser ideológica y se reveló sexual. En efecto, Clinton ha pasado a la historia por el affaire con su becaria, del mismo modo que el carismático Kennedy ya ha engrosado el panteón de los políticos ilustres, no por haber hecho algo especial (como no sea el intento de invasión de Cuba y la inacción respecto a Vietnam), sino por seducir a la mujer más deseada del planeta, Marlyn Monroe. En esta lista de play boys quizás deba entrar ya Obama, pues tras su flirteo con la atractiva Primera Ministra danesa ante la enfurecida mirada de Michelle, ha demostrado estar a la altura de sus predecesores.
Como es sabido, al socialismo francés nunca le gustó el tibio invento de Giddens y se propuso renovar de un modo más reconocible y contundente el programa de la socialdemocracia europea. Sin embargo, no apareció libro alguno que, como el de Giddens, glosara el propósito ni tampoco se anunció nada que ilusionara a los votantes. Esto quizás se debió a que eran más listos y estaban interesados en competir con la entente atlántica en los dominios de Afrodita, aunque de un modo también blando, por supuesto. Para ello, se postuló como candidato del socialismo francés a Domenique Strauss-Khan, cuyo mayor mérito no fue haber presidido el FMI ni tampoco haber escrito algo interesante, sino su rosario de amantes, si bien salpicado de denuncias de acoso sexual e incluso de la violación de una camarera, lo cual, finalmente, arruinó su carrera. Vino a sustituirlo François Hollande, por el que nadie hubiera apostado un euro, pero que ya parece haber superado con creces a sus aliados atlánticos. Primero dejó a su esposa y compañera de partido Segolene Royale por la periodista Valérie Trierweiler y después la cambió por la actriz Julie Gayet, que ahora parece haber decidido huir de tan iluminado escenario. Quizás de este modo el Presidente de Francia ha intentado superar el listón que ya Sarkozy había puesto muy alto conquistando a la deseadísima y popular Carla Bruni.
De todas formas, muy por encima de todos ellos está la pornopolítica de Silvio Berluscconi. Sin ocultarlo mucho se dedicó a organizar orgías en un apartado rincón de Cerdeña, convirtió a la consejera regional Nicole Minetti en captadora de muchachas y puso en su gabinete a una ex modelo que no llegó a Miss Italia por poco. Sus éxitos electorales dan a entender que Il Cavaliere descubrió una naturaleza de la política que está muy lejos de lo que pensó Maquiavelo cuatro siglos antes, también de las ilusiones liberales, igualmente de las sospechas marxistas y, por supuesto, de los delirios fascistas, nazis y populistas.
Sin embargo, ni siquiera Berluscconi está a la altura de la fuerza orgásmica a la que la política parece entregarse. En esta época, hay n sexos por los que circulan, con la fluidez que cada cual decida, miríadas de sexualidades que intensifican y diversifican el deseo utilizando artilugios y drogas que desbordan cualquier límite. Pero, tal y como ocurre respecto a tantos ámbitos, la alta política no está a la altura del mundo que aún le da cobijo. En este caso porque desperdicia las pocas gotas de fuerza orgásmica que le llegan. Es cierto que mantiene cierta capacidad de entretenimiento cuando la prensa juega con los enamoramientos y líos sexuales de los líderes. Sin embargo, esto ya no es en absoluto suficiente para continuar aguantándolos. Queremos más. Queremos todo.